lunes, 29 de septiembre de 2008

París de Cédric Klaplisch

En el largometraje París, de Cédric Klaplisch (Francia 2008) un joven bailarín del Moulin Rouge (personificado por Romain Duris) es condenado por el destino a enfrentar un transplante de corazón y este hecho lo hace apreciar la vida con mayor intensidad. Esta anécdota, sin embargo, es sólo unas de las muchas hebras del filme, armado bajo el modelo de historias paralelas desarrollado por el gran guionista mexicano Guillermo Arriaga. Pero la aportación original de Klaplisch (quien reconoce la influencia de Arriaga) es su naturalismo, en el mismo sentido en que las novelas de Emilio Zola son naturalistas. Mientras que Babel de González Iñárritu y Arriaga ocurre en diferentes partes del mundo, París es un fino inventario de arquetipos de la capital francesa: los marchantes machos, la muy trabajadora trabajadora magrebí (adjetivo-sustantivo-adjetivo), la panadera racista, la top-model y sus amigas de la pasarela, el inmigrante clandestino, la buena madre de familia, el profesor de la Sorbona y su alumna la diosa Afrodita, etcétera. París no es sólo una ciudad-museo y quien quiera conocerlo íntimamente debe ver el filme. Actúan Juliette Binoche (Élise), Fabrice Luchini (Roland) y Albert Dupontel (Jean), entre otros. Y, ahora, una reflexión colateral al filme: éste nos presenta un personaje que "aprecia" más la vida cuando tiene un gran riesgo de perderla y exhorta a su entorno para que la "aproveche". Hay muchos lugares comunes acerca de cómo supuestamente se aprovecha mejor una vida ¿Haciendo el amor y organizando fiestas? ¿plantando un árbol, teniendo un hijo, etcétera? Toda opinión de ese tipo parece chocar con otra idea común, la de que una vez ante la catrina pelona todos somos iguales: no sólo los ricos y los pobres, los niños y los ancianos, sino las personas sin obra y las más ilustres. Cuando Simone de Beauvoir evocaba la "triste suerte" de un alumno suyo, judío, asesinado por los nazis siendo todavía muy joven, Sartre le decía que la muerte del muchacho no era más trágica que cualquier otra. Es en ese sentido que todos somos iguales ante la muerte. Lo que es cierto es que hay personas que están más saciadas del mundo que otras; no todos moriremos con las mismas ganas de haber hecho (por ejemplo, quien ha viajado mucho en su juventud puede ser que prefiera reposarse en la vejez e, incluso, que le importe menos morir antes de jubilarse). Esto, sin embargo, sólo desplaza la pregunta: ¿es mejor una vida que termina resignada a la muerte o una existencia que se resiste hasta el último nanosegundo? Un término medio entre quienes creen que el sentido de la vida consiste en "hacer cosas" (la trascendencia de nuestras obras) y quienes piensan que toda vida se iguala ante la muerte, es la actitud de Montaigne: sí a la vida con todo lo que ella implica, incluso... la muerte

miércoles, 17 de septiembre de 2008

¿Qué ver en la época de la criminalidad desatada? Los siete samurais de Akira Kurosawa



Los siete samurais de Akira Kurosawa, Japón (1954).- Este gran filme épico de tres horas es quizá la mejor reflexión que alguien pueda ver acerca de la inseguridad, el crimen y la policía. En el Japón del siglo XVI, un grupo de bandidos (40 como los de Ali-Babá) azota regularmente a un pueblo de campesinos. Los ingredientes de la trama son tan simples (no hay un Estado con una burocracia kafkiana, ni políticos profesionales que traten de usar la inseguridad pública como trampolín, ni un país vecino que sea un gran consumidor de drogas y estimule la producción de éstas, ni una enorme desigualdad económica entre la población) que el filme es en sí una "teoría pura del crimen y de su combate". Los aldeanos tienen unas cuantas opciones a la mano: continuar bajo el yugo de los criminales que los matan y hambrean, o declararles la guerra. El anciano del pueblo recomienda la segunda opción. Se abre entonces una nueva alternativa: combatir solos o contratar a profesionales. Nuevamente, el viejo sabio sugiere contratar 4 samurais. Pero, en la época, la mayoría de los samurais persiguen la gloria o el dinero, no les interesa trabajar en medio de la montaña para un grupo de granjeros sucios y miserables. Este, sin embargo, aunque es un problema difícil de resolver, es sólo una cuestión de implementación. No continúo la sinopsis, concluyo con una breve opinión. Kurosawa muestra que el trabajo del policía, cuando no es un bandido encubierto, es siempre muy ingrato. Incluso en una aldea pobre azolada por el crimen, los policías-héroes ganarán menos que el promedio de la población. La remuneración adicional que puede justificar el que alguien acepte ese trabajo es el reconocimiento social. Las virtudes del policía son propias a cada individuo (disciplina, valor, patriotismo, generosidad, espíritu aventurero, sagacidad, etcétera) y nadie es tan perfecto que pueda reunirlas todas. Se requiere entonces formar un equipo plural. Lo que todos deben compartir es un mínimo sentido de la justicia y del honor, y la identificación con la población. Construir las condiciones para que el reconocimiento social y la formación de un cuerpo de policía eficaz sean posibles es el primer paso para iniciar una batalla responsable contra el crimen. El segundo paso es el más doloroso, se trata de librar literalmente la batalla. En ésta los profesionales (samurais, policías) son indispensables, pero se requiere también del involucramiento y sacrificio de la población. Desde luego, esta obra maestra del cine da para hacer lecturas más elevadas (existenciales, metafísicas, artísticas, etc). La actuación del gran Toshiro Mifune, entreo otros, es fundamental.