sábado, 21 de febrero de 2009

Slumdog Millionaire

Un nuevo fantasma recorre el cambiante mundo del cine: el fantasma de Bollywood (la industria del cine hindú) en Hollywood. Escribo esta crítica en la víspera de la entrega de los óscares. Todos hablan de Slumdog Millionaire (2008), titulado en España Perro de tugurio millonario y en México Quisiera ser millonario, del director Danny Boyle, filme basado en el libro Q & A del hindú Vikas Swarup (publicado en castellano por Anagrama como ¿Quien quiere ser millonario? y que Salman Rushdie ha llamado una "chapuza cursi, con una trama que desafía lo creíble"). Aún siendo hollywoodense, la película está inspirada explícitamente en el cine hindú. No me corresponde resumir la historia (la vida de un niño de la calle en Mumbai que alcanza el éxito -dinero, amor y celebridad- por una vía improbable). Me interesa la exitosa fusión del melodrama con el filme sórdido, de humor negro (Boyle es también el director de Trainspotting -1996- que con Pulp Fiction -1993- de Tarantino convirtieron la transgresión moral en moda de fin de siglo). Dicho de otro modo, Boyle se pone cursi sin dejar de ser cínico, provocador y escatológico. Si en Trainspotting filma "el escusado más asqueroso de Escocia", en Slumdog Millionaire tiene la perversión de sumergir en él a un niño. Un caso sintomáticamente inverso de un cursi legendario que buscó alcanzar la sordidez total recientemente es Giuseppe Tornatore, director de Cinéma Paradiso (1989) que luego filmaría La sconosciuta (2006) acerca del tráfico de mujeres y de niños de Europa del Este. Estos filmes sugieren que degenerados como Boyle y Tarantino no son sino moralistas de la calaña de Tornatore y que el género por excelencia de principios del siglo XXI es quizá el cinismo rosa. En este género, especie posposmoderna de melodrama, la vícitma de las peores injusticias es el débil y bueno (tanto en La sconosciuta como en Slumdog Millionaire se trata de niños adorables) quien sólo puede vencer al mal haciéndose una chica o chico duro. El héroe, por lo tanto, debe aprender a matar y mentir, golpear e insultar.
Más allá de esta adscripción a un aire de época, Slumdog Millionaire es sobretodo una deliciosa reflexión epistemológica: si el conocimiento es un saber que tiene respaldo racional (logos), eso no tiene por qué querer decir que el respaldo consista en libros o en educación escolar. Quien conoce algo lo conoce independientemente de ser analfabeta o marginado. Cuando le preguntan a Jamal Malik (Dev Patel) si lee mucho, responde: "sé leer". La verdad no es monopolio de los eruditos, sólo lo es el prestigio que otorga. Contra lo que piensan críticos del calibre de Salman Rushdie, la reflexión propuesta por Boyle y su equipo me parece verosímil aunque esté melodramatizada: existen miles de niños vagabundos que se ganan la vida haciéndola de guías en los centros turísticos y, como dice el dicho, hay una "escuela de la vida" (que siempre ha estado en el primer lugar del ranking mundial de escuelas). Con respecto al amor, el filme es complaciente e idealista: hay supuestamente amores eternos e invencibles (viniendo del director de Trainspotting, ese mensaje es realmente posposmoderno).

viernes, 6 de febrero de 2009

Ojos negros

Ojos negros (Oci ciornie) del director ruso Nikita Michalkov (1987) es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Desde que la ví por primera vez algunas de sus escenas han permanecido legendarias en mi memoria: cuando Romano (Marcello Mastroianni) vestido de un traje blanco impecable se sumerge lentamente en una piscina de lodo; cuando su corazón habla el lenguaje de los temblores de la mano y, con él, del chocar de copas en un gallinero; cuando su rostro impasible de mentiroso profesional deja ver (no sé por donde) el desmoronamiento interior mientras Elisa (Silvana Mangano) hace pedacitos una carta; cuando una campesina rusa aparentemente solitaria va a recibirlo a la estación de trenes, etc. Si los personajes y la atmósfera principales están inspirados de "La dama del perrito" de Anton Chejov, la historia en sí intenta reescribir la vida de Ana Karenina (nótese que aquí también se trata de una Ana -Elena Sofonova-, de una mujer rusa que engaña a su marido, que viaja a Italia pero ni se mata ni la matan de amor). Filme de fanfarrias eslavas y gitanas de las que luego abusaría ad nauseam Emir Kusturica (Tiempo de gitanos, 1989; Underground, 1995). Filme que, como Chejov mismo, no necesita recurrir a lo extraordinario para evocar lo real maravilloso. Filme romántico, casi cursi, que sin embargo desacraliza el amor, porque lo cortés no quita lo realista, ni lo realista quita lo sensible. Quien desee aprender a reconciliar la pasión amorosa con el sano pragmatismo debe verlo junto con The piano (a veces traducido La lección de piano), de Jane Campion (1993), otra gran historia de amor... por interés.