miércoles, 28 de enero de 2009

Mi vida dentro

De Lucía Gajá (México, 2007). Documental obligatorio que una vez visto resulta insoportable. Insoportable salir del cine y recordar el final. Insoportable haberlo visto e insoportable tratar de olvidarlo como si fuera cualquier otra historia. Insoportable escribir esta nota y pretender ser elocuente, crítico, inteligente o ecuánime, porque cada modo de aproximarse a la tragedia de Rosa Olvera es como servirse nuevamente de ella. Creo que incluso quienes dicen que este filme trata de la situación de las migrantes mexicanas en Estados Unidos usan el caso de Rosa como un ejemplo, un modelo, un medio; y si bien es cierto que otras mujeres mexicanas indocumentadas están en prisión, cada historia es en cierta forma única.
En el cine presencié cómo alguien puede ser sometido a una experiencia de injusticia total, provocándole un sentimiento de impotencia más terrible que la asfixia y la claustrofobia, entre humillación y lento suplicio. Además, como espectador participé con mis dudas iniciales a este ritual salvaje que es la condena de Rosa Estela Olvera Jiménez a 99 años de prisión. Durante el documental vi cómo un grupo de personas que encarnaban el profesionalismo, la ciencia y los servicios sociales (puras imágenes positivas) opinaban que la joven mexicana era culpable de homicidio. Eran una paramédico, una médico forense, un urgentista. Sólo después comprendí que eran seguramente ellos quienes accidentalmente habían consumado la asfixia de Bryan, la víctima, y que Rosa Olvera era el perfecto chivo expiatorio que los salvaría de ser acusados. Vemos la ignorancia, el racismo, la tranquilidad con la que una vida es destrozada por la fiscal, los jurados, los peritos y el juez. Destrozada por una acusadora idiotizada por el cine policiaco que quiere tener entre sus manos a una baby killer y por un jurado incapaz de ver lo evidente. Destrozada por un juez que detrás de su toga resulta ser un vaquero ignorante, orgulloso de haber condenado a miles de personas. Destrozada frente a la cámara o, peor aún ¿destrozada para la cámara? ¿Rosa Olvera habría sido absuelta si este excelente documental no hubiese sido filmado? ¿Los texanos querían decirnos frente a la cámara "Aquí decidimos nosotros y su solidaridad con sus compatriotas no nos inhibe, filmen lo que quieran y apóyenla como puedan"? Preguntas estúpidas, contrafácticas, que traducen una angustia culpígena; porque todo parece contribuir al absurdo de que una mujer inocente (inocente en los dos sentidos, completamente cándida y, además, no culpable de lo que se le atribuye) sea condenada así. ¿Y después de ver el documental qué? ¿Irse a cenar? ¿Firmar una carta de apoyo? ¿Quemar la visa americana en el Zócalo de la Ciudad de México? ¿Debatir en Internet? Aunque este documental me haya hecho despreciar el sistema texano de justicia, no me siento dispuesto a transformar mi indignación en nacionalismo y vociferar "maldita justicia gringa", "maldito racismo gringo", "maldita ceguera gringa". Porque nuestros errores judiciales en México son también terribles. Ojalá, en cambio, que el sistema judicial de Estados Unidos repare el crimen contra Rosa Olvera y la libere... aunque parece tan improbable.