domingo, 22 de marzo de 2009

La boda de Rachel

Pieza dramática (Estados Unidos, 2008) dirigida por Jonathan Demme (El silencio de los inocentes, Filadelfia, El embajador del miedo) con Anne Hathaway (Kym), Rosemarie DeWitt (Rachel) y Debra Winger. Una joven (Kym) sale de una clínica de rehabilitación para asistir a la boda de su hermana Rachel. A pesar de la inferioridad moral en la que pretenden situarla por su adicción a las drogas, Kym reivindica su lugar en el ritual familiar (exige su puesto como dama de honor, inicia conversaciones delicadas acerca de los tabúes de la familia y rechaza que se deba posponer la confrontación de ciertas verdades en aras de la concordia). Ante la situación de Kym y de su familia, algunos espectadores sentirán ganas de llorar pero apuesto que la mayoría experimentará más bien bochorno o pena ajena (son tan importantes para nosotros los rituales familiares -en particular las bodas- que los aguafiestas generan incomodidad, incluyendo en los convidados del otro lado de la pantalla).
El valor del filme proviene tanto de las actuaciones como de la excelente descripción sociológica de la sociedad estadounidense. Pero no es menos importante la reflexión acerca de tres temas: En primer lugar, el afán de verdad que guía a ciertos disfuncionales, quienes podrían sumarse al esfuerzo colectivo por aumentar la diversión y la armonía colectivas pero, para sorpresa de todos, optan por sanarse a través de una honestidad que raya en el cinismo y la provocación. Muy relacionado con lo anterior está la importancia que para estas personas tiene el reconocimiento de las responsabilidades compartidas (Kym se niega a ser un chivo expiatorio pasivo e incluso se convierte en acusadora, nada menos que de su madre). Finalmente, esta película pone en evidencia la enorme importancia que en las sociedades modernas siguen teniendo algunos rituales solemnes en los que se venera la santidad de la familia y de la amistad, así como la fe colectiva en la pareja.